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MCER- 46 El amor de la dama

30/01/2021

-Estos son…-

Esa noche, hace un año, Iris había arrojado los adornos y los zapatos al pilar del mirador mas allá de la ventana. Con el corazón roto en el baile real, había sido doloroso ver accesorios que había pensado que le quedaban más a Leticia que a ella. Ella los había arrojado a la basura con ira.

-¿Pero por qué tienes… esto?-

Los había guardado en un lugar seguro; Iris no podía entender por qué, miró a Ernest con curiosidad.

Ernest la atrajo a su abrazo,

-Me enamoré de ti esa noche-. 

-¿Eh…?- Sus ojos violetas se llenaron de sorpresa. Ella se sonrojó y bajó los ojos avergonzada, – Pero esa noche, esa fue la noche en que yo…-

Ella había estado llorando. Había elegido llorar allí porque la zona estaba desierta. Ella había gritado sus horribles emociones, tirando sus cosas, muy desagradable para una dama noble. ¿Cómo se había enamorado Ernest?

Ella estaba mortificada.

-Sí, estabas ahí afuera llorando sola-.

-¿Entonces por qué?-

-Vi esas hermosas lágrimas y me enamoré. ¿Crees que soy un mal hombre?-

¿Se sintió incómoda? Iris se preguntó mientras sus brazos la rodeaban con más fuerza.

Ella lo agarró por la camisa, apoyó la cabeza contra su ancho pecho y negó con la cabeza.

-No, no creo que seas una mala persona-. (nefe: raro??))

Claro, si él le hubiera dicho esto en la primera reunión, ella se habría alarmado absolutamente. No parecía normal estar fascinado por el rostro lloroso de una mujer. Ella habría pensado que él estaba metido en el sadomasoquismo.

Pero ella lo conocía; conocía su bondad, su sensibilidad hacia las sutilezas de su corazón, su afecto por ella era tan abundante que sentía que se ahogaría en él. Ella había pensado que su comportamiento se había debido a la poción de amor, incluso entonces, se había vuelto adicta a su calidez.

Ella era plenamente consciente de sus sentimientos.

-Pero, has estado un poco…-

Quería tener cuidado con lo que decía, pero la semana anterior Iris se había sentido fatal. Aunque no había sentido ningún dolor, estaba un poco resentida porque él la privó de su sueño y de sus fuerzas.

Ernest sabía que se había equivocado al tratarla de esa manera; abrazó a Iris como un perro enorme pidiendo perdón ante la ligera idea de que ella tomara represalias.

-Lo siento mucho, Iris. Pensé que no me amabas, pero no quería que me dejaras.- Dijo lleno de remordimiento. Pero luego se detuvo, abrazándola más cerca y le susurró al oído: -A decir verdad, estaba más asustado que nada-.

-¿Asustado?-

-Si. Si te perdiera, no podría vivir. Puede que creas que es una exageración, pero es un hecho innegable-.

Este era el verdadero corazón de Ernest; no quería que Iris lo dudara. Pero sintió que era demasiado, Iris levantó la cara de su pecho y preguntó:

-¿Por qué estuvo allí esa noche?-

Ernest sonrió a Iris y respondió: – Nunca me había enamorado hasta que te vi llorar esa noche-. – Cómo…-

-Porque, no podría importarme menos la existencia del ser llamado mujer. Honestamente, todavía se me pone la piel de gallina con cualquier otra mujer que no seas tú-.

Pero, ¿por qué sólo Iris?

Ernest la sentó y le contó su pasado, sus hermanas y la disputa por el trono y cómo la situación cambió su reacción hacia las mujeres. Iris no tenía forma de saber todo esto siendo una mera hija de un marqués. Como él, ella tenía una hermana mayor opresiva, atrapada en la conexión del nacimiento de la que no podían escapar.

Ernest presionó sus labios contra la frente de Iris. Ella no dijo nada, pero lo abrazó con fuerza. Tocó las lágrimas que no se habían secado en sus mejillas,

-Siempre había pensado que las mujeres usarían  sus lágrimas para sacar ventaja, en mayor o menor medida-.

Él la miró con amor

-Nunca pensé que habría alguien que no lo haría, así que tal cosa existiera-.

Su gran mano ahuecó su mejilla,

-Pero eras diferente; Esa noche, te quedaste ahí afuera llorando sola, sin querer que nadie lo viera. ¿Sabes lo sorprendido que estaba?-

-Me fascinó tu digna belleza a la luz de la luna. Y me di cuenta de que te deseaba.-

Inclinó su cabeza hacia arriba para mirarla, – Iris, eres la única a la que quiero. La única que necesito.-

-Ernest…-

Aunque no quería llorar, los ojos se le llenaron de lágrimas. El corazón de Iris rebosaba de alegría.

-Si no estuvieras a mi lado, siempre tendría que gastar mis manos-.

-¡Ernest! ¡No digas esas cosas en voz alta!-

¿Por qué siempre hacía comentarios tan imprudentes en momentos tan importantes?

Iris se sonrojó hasta las orejas; ella lo miró con amorosa exasperación.

Pero Ernest la miró con las ardientes llamas del deseo en los ojos.

-Es la verdad innegable; mi cuerpo no sería excitado por ninguna otra persona que no fuera tú. Si te perdiera, realmente no podría vivir-.

Iris se sintió aún más avergonzada, pero no podía negar que se alegraba de que le dijeran que la necesitaban. El amor que había pensado que tendría que entregar fue correspondido; ella no pudo evitar ser feliz.

-Yo también; Te amo.-

Dijo mientras lágrimas de felicidad caían por su rostro. Ella sintió que hoy, estaba emocionalmente más débil de lo normal. Aún así, quería ser abierta sobre sus sentimientos, estaba feliz.

Ernest besó sus lágrimas. – Tus lágrimas son dulces-, dijo con una expresión de éxtasis. Ella pensó que se veía bastante lindo, sonrió. Ella pensó que las lágrimas eran saladas.

Ernest le secó las lágrimas con un beso, luego se echó hacia atrás con una expresión solemne en su rostro y dijo: – Iris, por favor cásate conmigo. Prometo hacerte feliz. Así que, por favor, di que sí.-

-S-sí.-

Ella respondió. Ella asintió con firmeza para que sus pensamientos pudieran ser transmitidos.

En ese momento, Ernest rugió como una bestia y abrazó a Iris con fuerza.

-¡Iris! te quiero. Te amo.-

Él dijo.

Iris respondió una y otra vez.

Iris rebosaba de una felicidad insoportable; sus lágrimas de alegría no paraban.

-Ernest, te amo. Quiero estar contigo para siempre, así que por favor, sigue amándome solo a mí para siempre-.

Fue Ernest quien hizo que Iris recordara cómo ser indulgente, por lo que pidió un deseo indulgente.

Sus palabras parecían haber intensificado las llamas del amor de Ernest, porque el calor del deseo en sus ojos excedía la imaginación de Iris.

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